viernes, 22 de enero de 2016

Con las crisis no se jode

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Antes de empezar a escribir, algunas definiciones

La empresa está en crisis. Argentina está en crisis. El capitalismo está en crisis. El planeta está en crisis. La Vía Láctea está en crisis.
En este mundo de exuberancias, la palabra crisis se suele usar para casi todo. Ayuda que el vocablo suena lindo, y además que es a la vez singular y plural. Como la caries, con la diferencia que nadie se equivoca y manda que se produjo “una crisi”. Pero hay algo más que hace a la palabreja particularmente atractiva: parece escandalosamente grave y llama la atención de quien la escucha. No es lo mismo “tener problemitas” que “estar en crisis” (yo tengo problemitas). La crisis llama al quiebre de algo, llama a la acción, llama a la llama (o sea, al fuego).
Como dije, el término se usa y se abusa. Los religiosos lo utilizan para anunciar la llegada de un redentor. Los agoreros y los antisistema la usan para advertir el fin de una era política y social.  Y los consultores de empresas para vendernos que crisis es oportunidad (“oportunidad” en chino se dice jihui, por si alguno se comió el amague). Pero desde la perspectiva de un (macro) economista, la crisis es algo bien concreto. Y jodido.
Antes de hablar quisiera decir unas palabras: no hay que caer en la tentación de llamar crisis a cualquier batata. Hay batatas baratas y otras caras, y también hay crisis baratas y caras. Las primeras las solemos llamar recesiones: son momentos en los que la actividad económica (medida como la evolución del Producto Bruto Interno o PBI, lo que produce un país en un año) desacelera o se reduce levemente durante un período corto. Técnicamente, una recesión se suele definir como una caída del PIB trimestral durante dos períodos consecutivos. O sea que si tu PIB cayó 0,1% trimestral (ok, sin estacionalidad, amigo nerd) durante dos trimestres… tuviste una recesión papá. Si después creciste 10% cien años seguidos, no importa nada. Los promedios no te salvan: una recesión es una recesión.
Pero recesión no es crisis (no, recesión en chino tampoco significa oportunidad). Una crisis es otro merengue, como gusta decir un gran profe de macro de la facultad. En una crisis en serio el PIB te puede caer 10% o 15% en un año, y el desempleo dispararse a 25%. ¿Qué recórcholis pasa que nos hundimos de esa manera?

Bolonquis de una crisis

Te tiro una definición, y en un rato la aclaro: una crisis es un episodio marcado por dificultades generalizadas para el repago de deudas en un contexto de baja actividad económica y elevado desempleo. En países menos desarrollados, hay que sumar dramáticos aumentos de la pobreza y un empeoramiento en la distribución del ingreso que puede costar varios años, o incluso décadas, revertir. Las consecuencias políticas las conocemos bien.
En una crisis aparecen todas las preocupaciones juntas. Quienes siguen a los mercados financieros asisten con aprensión a las enormes fluctuaciones diarias; los que analizan la actividad y el empleo se inquietan por las bajas bruscas en pocos meses; y quienes miran el largo plazo notan mutaciones negativas que llevarán años y mucho esfuerzo corregir.
Estos eventos quedan en la memoria de la gente no solo por la economía, sino por un profundo sentimiento de injusticia. Nadie en una crisis se siente responsable por lo ocurrido y sin embargo, con pocas excepciones, todos pierden. Pero no hay nada más humano que buscar una causa próxima e inteligible para las contrariedades, de modo que las culpas se suelen repartir entre gobiernos, bancos, y “los poderosos de siempre”. Más allá de que siempre hay algunos más responsables que otros, lo cierto es que en una crisis se pierde la percepción de que estamos ante un dilema agregado. Un dilema de todos y todas.
El estado traumático contagia a los economistas académicos: la crisis hace reaparecer debates de casi un siglo atrás. Durante la “gran recesión” de 2009 (se llamó así pero no nos engañemos, fue una verdadera crisis), se revivieron las discusiones más básicas sobre qué política económica llevar adelante para salir. Aunque parezca increíble, un bando decía que para acabar con la crisis había que aumentar el déficit público (gastar más de lo recaudado) y el otro decía que había que reducirlo. Así está la ciencia económica, muchachos.

Promesas sobre el bidet


Pero volvamos a la definición de hace un ratito: si una crisis es un episodio marcado por dificultades generalizadas para el repago de deudas, necesitamos dos cosas: que la economía esté endeudada y que aparezcan dificultades para garpar. Lo que obviamente ocurre solo si… te endeudaste demasiado. ¿Y cómo se endeuda demasiado un país entero? La experiencia individual no siempre ayuda a entender la macro, pero esta vez puede servir. Una familia se endeuda de más cuando se zarpa consumiendo por encima de lo que puede pagar. ¿Y qué determina lo que puede pagar? Fácil: su capacidad de generar ingresos futuros. Llamemos a esta capacidad ingreso permanente (nota nerd: no, no banco en absoluto la “teoría del ingreso permanente”, solo llamo así al ingreso promedio que pensás que ganarás en el resto de tu vida). Ahora, ¿cómo forma su percepción de ingreso permanente una economía entera? Necesitamos equivocarnos todos juntos, o sea coordinadamente, y formar la expectativa de que vamos a ser muy ricos en el futuro. ¿Quién puede lograr esta magia (negra)?
Un candidato es el gobierno, al que mucha gente le presta atención. En los países en desarrollo cambiar favorablemente las expectativas no es fácil, hasta que un gobierno flamante propone un “plan integral de cambio” (si tenés la suerte de que los organismos internacionales te den crédito suficiente). La retórica más efectiva de estos reformistas es afirmar que es necesario un cambio en la forma de pensar y actuar de los argentinos… salud. Pese a su trivialidad, estos diagnósticos pueden funcionar temporalmente sobre la psicología social y encender por un tiempo el motor de la economía. No es difícil pensar ejemplos en Argentina: en los 80s escuchamos que “con la democracia se … (complete con el verbo que desee)”; en los 90s eran las privatizaciones las que iban a lanzar a la Argentina al liderazgo mundial indiscutido. No importa el sesgo ideológico del cambio, sino que lo haya: si una propiedad era pública, se anuncia su privatización; y si era privada, su nacionalización.
Pero en los países desarrollados estos anuncios tienen patas cortas. Dado que la cosa más o menos funciona, las grandes transformaciones no suelen ser bienvenidas. ¿Cómo alimentar entonces las expectativas positivas? La estrategia más común es aprovechar un ciclo positivo en marcha. Las autoridades se apuran a indicar que la expansión se debe a las reformas llevadas a cabo durante su gobierno (aunque no hayan existido).
Pero la justificación típica de los países ricos es más bien privada. Cuando la cosa viene bien, los analistas empiezan a decir que el desarrollo tecnológico permitirá un mejor funcionamiento económico para siempre. Un héroe con pies de barro, como atestigua el caso de la burbuja de las acciones tecnológicas puntocom que explotó a principios del nuevo siglo. O como confirmó la burbuja inmobiliaria de los 2000s, cuando aparecieron todo tipo de gurúes financieros e incluso académicos anunciando una nueva época de crecimiento continuo con estabilidad (que se llamó “la gran moderación”). Los gurúes son los oportunistas de siempre, pero los académicos a que me refiero son pesos pesados en la profesión, como Robert Lucas, Thomas Sargent y Olivier Blanchard. Todos ellos pronunciaron sus respectivas “últimas famosas palabras”, que más o menos decían que las crisis ya eran cosa del pasado. Say no more.

I had a dream

Las fábricas de sueños que buscan coordinar expectativas a la suba sufren sin embargo de una debilidad fundamental, y es que una vez que arrancan es difícil pararlas. El boca a boca funciona muy bien, sobre todo cuando se trata de hacer plata fácil y rápido. Y las autoridades colaboran, porque aunque se den cuenta que todo es una burbuja (en la Bolsa o en el mercado inmobiliario), no les conviene reconocerlo. Todos los incentivos apuntan a sostener el juego.
Bueno, ya tenemos el setup del engaño, pero nos falta un ingrediente: la economía debe endeudarse fuerte en relación a su capacidad productiva futura (o sea, en relación con su ingreso permanente). Esto se llama leverage, o en spanish, apalancamiento. El leverage es “fundamental” para que la crisis, cuando explote, haga mucho pero mucho daño. Que se te caiga el salario sin estar endeudado es malo porque vas a gastar menos durante un tiempo (y la actividad sufrirá un rato), pero te vas a acomodar rápido. Solo ocurrirá una recesión. En cambio, que no te suban el salario como pensabas para pagar tus deudas puede generar una crisis, porque te vas a decepcionar con la vida, vas a intentar por todos los medios desendeudarte, y esto va a llevar mucho tiempo de restricción en tu gasto, que es demanda de los demás. Y si tardás en pagar tus deudas, otros no van a cobrar y tampoco podrán gastar. La demanda se muere y sin demanda, querido lector, no hay economía que funcione.
Cada evento de crisis es un golpe de realidad, que nos devuelve a un nivel de riqueza que había sido sobreestimado. ¿Quién causa y quién acusa esta nueva realidad? La experiencia sugiere que, al menos en Argentina, los que garpan la crisis son los pobres, pero de seguro no sienten que tengan la culpa. Y quizás tengan algo de razón: nuestra definición de crisis requiere buscar los responsables del “exceso de deuda”, y la verdad que los más pobres mucho acceso al crédito no tienen. Clase alta y clase media, en cambio, pueden llevar a la práctica sus sueños de ingreso permanente.
Pero falta responder la pregunta del millón: ¿cuál es el hecho que nos defrauda, que demuestra que ese ingreso permanente estaba mal y lanza a la economía hacia el caos total? Aquí voy a descansar en la detallada y precisa explicación de Taleb en El Cisne Negro: no sabemos. Las burbujas de sueños se pinchan con los eventos más sutiles e inesperados. Los genios de turno te van a decir que ellos sabían, y que se la veían venir. No les creas. Y en cualquier caso, el evento es lo menos importante de una crisis. Una vez que estás en la cima de las ilusiones económicas, todo está listo para explotar, solo es cuestión de tiempo…

Referencias interesantes sobre las crisis
Kindleberger, Ch. (1978): Manias, Panics, and Crashes: A History of Financial Crises, Macmillan (hay libro en castellano).

Leijonhufvud, A. (2009): “Macroeconomics and the Crisis: A Personal Appraisal,” CEPR Policy Insight 41, Noviembre
Taleb, N. (2007): El Cisne Negro, Paidós.


1 comentario:

  1. Muy bueno el artículo!!!! Yo agregaría que la crisis causal de la paotlogía económica argentina se ha convertido siempre en el mayor de los desagravios a la monarquía. Eso está bien!!

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