sábado, 3 de marzo de 2018

ABORTO PARTE 2: EL TERCERO QUE DECIDE





Seguimos recorriendo los argumentos filosóficos de Judith Thomson en defensa del aborto, y volvemos a aclarar que lo que aquí escribimos está disparado por el debate local, pero puede o no tener que ver con las cuestiones específicas que se discutan en el Congreso.

En muchos casos, el derecho de una mujer al aborto puede depender de un tercero, típicamente de la voluntad del médico para realizarlo. Si el médico se niega, entonces a la mujer se le niega su derecho. Para Thomson, basar el derecho de la mujer en la conformidad o el rechazo de un médico es ignorar la cualidad de “persona” (personhood) plena de la madre y, en consecuencia, sus derechos sobre su cuerpo.

Un niño en expansión

Thomson presenta el ejemplo hipotético del 'niño en expansión': supongamos que te encontrás atrapada en una pequeña casa con un niño que “se expande” muy rápidamente. En un momento te encontrás contra la pared de la casa y estás por morir aplastada, pero sin dañar al niño, que se salvará y vivirá normalmente.

Thomson se pregunta si un tercero podría elegir entre matar a la persona aplastada o al niño, y la respuesta evidente es que no. Sin embargo, la persona aplastada puede actuar en defensa propia y atacar al niño para salvar su propia vida. Dejando la metáfora, es la vida de la madre la que está siendo amenazada, y es el feto quien la amenaza. Dado que no hay ninguna razón por la cual la vida de la madre debe verse amenazada, y ninguna razón por la cual el feto la está amenazando, ambos son inocentes y, por lo tanto, ningún tercero puede intervenir. Pero, dice Thomson, la persona amenazada sí puede intervenir, y por lo tanto una madre puede legítimamente abortar.

La dueña de la casa

Pero lo que debemos tener en cuenta es que la madre y el niño por nacer no son dos inquilinos en una casa pequeña, que, por un error desafortunado, alquilaron la casa: la madre es dueña de la casa. Esto le da mayor poder al argumento de que los terceros no tienen vela en este entierro (frase desafortunada si las hay…).

Más aun, si un tercero dice “no puedo elegir entre los dos”, ni siquiera estaría siendo imparcial, porque la madre es dueña de su cuerpo. Supongamos que Abbott encontró una campera y se la puso para no morir de frío y Costello, que se está muriendo de frío, se la pide. Si le consultamos qué hacer a un tercero y dice “no puedo elegir entre los dos”, no podemos decir que esa es una posición justa. ¡Abbott era el dueño del abrigo!

Las mujeres se han defendido siempre diciendo “es mi cuerpo”, y es lógico que se sientan frustradas cuando un tercero les dice “no puedo elegir”. ¿Acaso es imposible elegir entre Abbott y Costello respecto de quién debería quedarse con el saco?


Pd: esta serie continuará, pero quiero recomendarles este post clarísimo de Santiago Armando (@alvinstromber), filósofo joven e inteligente que parece tener las cosas bastante claras.


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