Seguimos recorriendo los
argumentos filosóficos de Judith Thomson en defensa del aborto, y volvemos a
aclarar que lo que aquí escribimos está disparado por el debate local, pero
puede o no tener que ver con las cuestiones específicas que se discutan en el
Congreso.
En muchos casos, el derecho de
una mujer al aborto puede depender de un tercero, típicamente de la voluntad
del médico para realizarlo. Si el médico se niega, entonces a la mujer se le
niega su derecho. Para Thomson, basar el derecho de la mujer en la conformidad
o el rechazo de un médico es ignorar la cualidad de “persona” (personhood) plena de la madre y, en
consecuencia, sus derechos sobre su cuerpo.
Un
niño en expansión
Thomson presenta el ejemplo
hipotético del 'niño en expansión': supongamos que te encontrás atrapada en una
pequeña casa con un niño que “se expande” muy rápidamente. En un momento te
encontrás contra la pared de la casa y estás por morir aplastada, pero sin
dañar al niño, que se salvará y vivirá normalmente.
Thomson se pregunta si un tercero
podría elegir entre matar a la persona aplastada o al niño, y la respuesta
evidente es que no. Sin embargo, la persona aplastada puede actuar en defensa
propia y atacar al niño para salvar su propia vida. Dejando la metáfora, es la
vida de la madre la que está siendo amenazada, y es el feto quien la amenaza. Dado
que no hay ninguna razón por la cual la vida de la madre debe verse amenazada,
y ninguna razón por la cual el feto la está amenazando, ambos son inocentes y,
por lo tanto, ningún tercero puede intervenir. Pero, dice Thomson, la persona
amenazada sí puede intervenir, y por lo tanto una madre puede legítimamente
abortar.
La
dueña de la casa
Pero lo que debemos tener en
cuenta es que la madre y el niño por nacer no son dos inquilinos en una casa
pequeña, que, por un error desafortunado, alquilaron la casa: la madre es dueña de la casa. Esto le da mayor
poder al argumento de que los terceros no tienen vela en este entierro (frase
desafortunada si las hay…).
Más aun, si un tercero dice “no
puedo elegir entre los dos”, ni siquiera estaría siendo imparcial, porque la
madre es dueña de su cuerpo. Supongamos que Abbott encontró una campera y se la
puso para no morir de frío y Costello, que se está muriendo de frío, se la
pide. Si le consultamos qué hacer a un tercero y dice “no puedo elegir entre
los dos”, no podemos decir que esa es una posición justa. ¡Abbott era el dueño
del abrigo!
Las mujeres se han defendido
siempre diciendo “es mi cuerpo”, y es lógico que se sientan frustradas cuando
un tercero les dice “no puedo elegir”. ¿Acaso es imposible elegir entre Abbott
y Costello respecto de quién debería quedarse con el saco?
Pd: esta serie continuará, pero
quiero recomendarles este post clarísimo de Santiago Armando (@alvinstromber),
filósofo joven e inteligente que parece tener las cosas bastante claras.
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