domingo, 28 de mayo de 2017

FILOSOFIA DEL FUTURO Y EL FUTURO DE LA FILOSOFIA: PARTE II

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En la primera parte conté por qué The Beginning of Infinity me había pegado. Ahora paso a los detalles. El libro de Deutsch habla sobre ciencia: física, astronomía, biología, matemáticas, informática, historia, política y psicología. Pero también sobre arte, ética, la muerte, el futuro, el infinito, la sustentabilidad y la belleza. Y por supuesto, también sobre filosofía, o más específicamente, sobre Epistemología.

El autor escribe como si nos estuviera transmitiendo un sistema de ideas completo y riguroso, pero sin una sola ecuación. Respecto del título, ¿a qué tipo de infinito se refiere a Deutsch? Principalmente, es el progreso. Los seres humanos son capaces de una cantidad infinita de progreso porque podemos mejorar las cosas sin límite, y aprender sin límite. Esto abarca no sólo la mejora material, sino también el progreso moral de la humanidad. Incluye la construcción de estaciones espaciales en el espacio profundo, la inmortalidad y la creación de una sociedad más abierta, tolerante y libre. Su afirmación central es que todo progreso, teórico y práctico, científico, filosófico y cultural, resulta de una sola actividad humana: la búsqueda de buenas explicaciones.

Deutsch ataca ferozmente la famosa afirmación de Stephen Hawking, el Principio de la Mediocridad, según el cual “No hay nada significativo sobre los seres humanos”. La Ilustración cambió esto de raíz. Representó un salto no sólo en la capacidad de calcular las cosas, sino también en la capacidad de entenderlas. El umbral se cruzó con la invención del método científico. Había muchas cosas que los humanos podían hacer antes de la invención de ese método: la agricultura, o la domesticación de los animales, o la construcción de pirámides. Pero con la introducción de ese hábito particular de inventar y evaluar nuevas hipótesis, se crea la capacidad de hacer cualquier cosa. Las capacidades de una comunidad que ha dominado ese método para sobrevivir, aprender y rehacer el mundo son literalmente, matemáticamente, infinitas.

Deutsch denuncia las preocupaciones contemporáneas por "sostenibilidad". Se asume que la biosfera es un sistema limitado de apoyo a la vida para los seres humanos. Pero gracias al conocimiento, no tenemos que depender exclusivamente del pobre y pequeño planeta Tierra, y podemos pensar en nuestro camino hacia las estrellas. Deutsch usa Oxfordshire como ejemplo. Las afueras son inhabitables: matarían a cualquier humano que no tuviera acceso al refugio apropiado, calefacción, sistemas de agua limpia, y otros servicios desarrollados por humanos a lo largo de miles de años. Mataría a cualquiera que no tuviera el conocimiento apropiado sobre cómo vivir allí. Por eso el autor rechaza la interpretación de David Attenborough y Jared Diamond de que en la Isla de Pascua había una civilización magnífica que fracasó por la destrucción del medio ambiente. Como dice Jacob Bronowski, el autor de la serie The Ascent of Man, esa sociedad, con sus estatuas mirando al océano, "marca una civilización que no dio siquiera el primer paso en la creación de conocimiento racional".

El libro de Deutsch es profundamente optimista, optimismo que se basa en una confianza principista y apasionada en la inventiva de la gente. Rechaza el tecno-pesimismo: nuestra supuesta incapacidad para seguir el ritmo y las consecuencias de las invenciones que se derivan de la ciencia. Una anécdota divertida es que cuando la TV color se hizo popular en los 70s, un amigo le dijo que los aparatos dependían de un elemento raro en el universo, el europio. Pronto la sociedad se vería dividida entre aquellos que podían tener TV color y los que no, creando un peligro para la sociedad. Hoy reconocemos este argumento como absurdo y basado en un fracaso para anticipar el desarrollo de otros tipos de visualización en color, como los que se utilizan en nuestras pantallas de cristal líquido. La historia ilustra la distinción entre la predicción, racionalmente basada en el conocimiento actual, y la profecía, basada en la incapacidad de imaginar el conocimiento futuro. Para Deutsch, el optimismo es "la teoría de que todos los fracasos (todos los males) se deben al conocimiento insuficiente".

Deutsch parece tener respuestas plausibles a algunos de los mayores misterios de todos los tiempos. ¿Por qué son hermosas flores para los insectos que han evolucionado para atraer, y también para nosotros? Los insectos y las flores tienen el problema de tener que comunicarse a través de una brecha evolutiva. Dentro de la misma especie, un mismo producto químico puede atraer a la polilla a su compañero. ¿Pero cómo se relaciona una planta con un animal? Las flores emplean la belleza objetiva: curvas precisas, simetría con variaciones sutiles, armonías del color. Deutsch señala que los seres humanos individuales pueden ser tan diferentes entre sí, en términos de señalización, como una planta y un animal. Reconocemos los símbolos universales usados ​​por las plantas porque por necesidad las usamos también. Dentro de especies menos variadas es diferente: el hipopótamo es hermoso para su compañero sexual, pero no para nosotros. Para Deutsch la belleza es "tan objetiva como las leyes de la física" y es sólo una clase más de conocimiento que perseguimos instintivamente. Pero eso Beethoven agonizaba buscando algo que sabía que estaba allí para ser creado.


Sé que todo esto, así presentado, se parece más a un panfleto o un manifiesto platónico que a un libro serio, pero de verdad les digo que todo está muy bien argumentado. Y a todo esto, ¿por qué esta es la filosofía del futuro? No dijimos nada sobre la epistemología de Deutsch, y la verdad, necesitamos un post más. Lo lamento.

sábado, 20 de mayo de 2017

FILOSOFIA DEL FUTURO Y EL FUTURO DE LA FILOSOFIA: PARTE I


Cada tanto, solo cada tanto, uno se cruza con un libro que le cambia la vida. Bueno, la vida no. No parece muy real que leer un libro modifique en lo esencial la personalidad, los afectos, el trabajo o la relación con la familia. Pero algunas lecturas quizás puedan transformar el marco general dentro del cual uno piensa y evalúa las ideas.

La primera vez que me pasó esto fue con la literatura “escéptica”, que se dedica en buena parte a poner en evidencia a la pseudociencia y al chanterío. Aprendí allí que el criterio científico era una buena herramienta para distinguir lo verdadero de lo falso. ¿Decís que podés hablar con los muertos?, probalo con un experimento controlado. ¿Decís que las pirámides de Egipto las construyeron los extraterrestres?, mostrame alguna otra evidencia consistente con el viaje de estos seres. ¿Decís que Dios existe?, bueno, decí lo que quieras, no quiero ganarme más enemigos…

El segundo libro que me impactó fue La Tabla Rasa, de Steven Pinker, una obra que extendió como ninguna otra mi conocimiento sobre la evolución y sus implicancias en casi todos los ámbitos de la vida humana. El libro amplió, entre muchas otras cosas, mi entendimiento de la psicología humana, y en especial de la relación entre naturaleza y crianza (nature vs nurture).

Recientemente, me crucé con The Beginning of Infinity (El Comienzo del Infinito), de David Deutsch. David Deutsch es un físico que estableció las bases de la teoría cuántica de la computación, lo que contribuyó nada menos que a desarrollar las casi listas computadoras cuánticas. Pero lo especial del tipo es que ha avanzado en la comprensión de las implicancias filosóficas de esta teoría. En un primer libro, llamado The Fabric of Reality (La Fábrica de la Realidad), Deutsch había explicado la interpretación de muchos universos (o multiversos) de la teoría cuántica para el público en general. Pero su nuevo libro es mucho más agudo aun.

Como su título indica, Deutsch habla del infinito, pero en un sentido bien real. Parte de la idea de que hay un aspecto en la evolución humana que podría hacerla única en el universo, y es el progreso continuo y estable que estamos viviendo. Este progreso se ha logrado sólo una vez en la historia de nuestra especie: comenzó aproximadamente en el momento de la revolución científica, y todavía está en marcha. Ha incluido mejoras no sólo en la comprensión científica, sino también en la tecnología, las instituciones políticas, los valores morales, el arte y todos los aspectos del bienestar humano.

Las viejas formas de pensamiento no permitían un proceso como el de la ciencia para corregir errores o ideas equivocadas. Así, las ideas se volvían estáticas durante largos períodos. Cuando las ideas cambiaban, rara vez era para mejor, y cuando eran buenas, rara vez ampliaban su alcance. El surgimiento de la ciencia, y más ampliamente de la Ilustración, fue el comienzo del fin de los sistemas de ideas estáticos.

Deutsch comienza por preguntarse cuánto tiempo puede continuar esta nueva tendencia. ¿Está intrínsecamente limitada? ¿O es esto el principio del infinito, es decir, estos métodos tienen un potencial ilimitado para crear conocimiento adicional?


En la próxima entrega responderemos esta pregunta, compartiremos más temas tratados en el libro, y develamos por qué nos parece que el libro de Deutsch no solo aporta a la filosofía del futuro, sino también al futuro de la filosofía.

sábado, 13 de mayo de 2017

LO QUE IMPORTA ES COMO SE JUEGA


Este post es una defensa oligofrénica, obsesiva, fanática y dogmática del lirismo en el fútbol. No busquen fundamentos empíricos o teóricos, no busquen afirmaciones lógicamente consecuentes, no busquen cualificaciones, excepciones ni contrastes. En los próximos párrafos se encontrarán únicamente con epítetos semicongruentes, gritos alocados y justificaciones imposibles. Para una visión algo menos enfermiza, pueden ir acá.

Podemos resumir la gran discusión histórica del fútbol en los dos siguientes extremos: "ganar es lo único" (GU) y "lo que importa es cómo se juega" (IJ). Creo que las posturas crudas no merecen mayor presentación, se explican por sí mismas. Últimamente, sin embargo, la postura IJ ha debido moderar su posición y reconocer que "jugando bien es más probable ganar". De modo que podríamos decir que la discusión teórica parece haberla ganado GU (era lógico, es lo único que les importa), mientras que a IJ le quedaría un mero rol "empírico" o intermediario. Aparentemente, si no fuera porque jugar lindo te lleva a ganar, no sería necesario hacerlo.

Esta última afirmación es la que me parece insostenible desde un punto de vista moral. Antes de seguir, quiero definir "moral", para que no haya malos entendidos. Mi definición objetiva de "moral" es la siguiente: moral es lo que yo creo que es moral, es decir, lo que para mí es bueno o malo, sin importarme en absoluto lo que dicen y piensan los demás.

Una vez explicitados los microfundamentos que guían mi ética, retomemos el debate.  El fútbol es un deporte de multitudes que genera básicamente dos emociones: pasión y placer. Es inmediato asociar la primera con GU y la segunda con IJ. Esta sola apreciación debería bastar para dejar establecido mi punto, pero vayamos más allá.

¿Cuáles son los sentimientos y la psicología asociados a ganar? Los ladri que venden libros de autoayuda te van a decir que ganar es "perseguir la excelencia individual", y babosidades por el estilo. Si bien ganar es por definición una medida relativa, la expresión estaría sugiriendo que uno puede "ganarse a sí mismo", en el sentido de ir mejorando respecto del pasado. Apruebo esta versión, pero nótese que aplica mucho mejor a la IJ que a la GU. 

Pero seamos serios, querer ganarle a otro implica concentrar el objetivo en el adversario, no solo en uno mismo. Ganar se puede definir perfectamente por oposición a perder. No hay ganadores sin perdedores, y por lo tanto estamos hablando de un juego de suma cero. Un corolario obvio de esta verdad es que se puede ganar sin haber hecho más que ver caer a tus rivales. Como hacía Carlos Reutemann en la Fórmula 1: ganaba porque se le rompían los autos a los que iban delante. Así, se puede ganar si el otro no se presentó porque se le rompió el GPS y no pudo llegar al estadio. Porque el rival se lesionó al resbalarse con una cáscara de banana. Porque hubo un error de inclusión formal por una falla de tipeo. Concluimos, sin demasiado fundamento, que si la pasión de ganar está siempre, incluye la pasión de ver perder al otro.

Los IJ, en cambio, no tienen este problema. Se puede perfectamente perder con dignidad habiendo aportado al espectáculo un juego vistoso, talentoso, lírico. El rival, en esta moral IJ, no importa demasiado. Es cierto que hay jugadas líricas que humillan al rival, como los caños o los sombreros. Pero esta humillación (más supuesta que real, ya que casi nadie se acuerda del burlado) está asociada a un detalle artístico, no es gratuita. 

Por eso, es muy triste que muchos GU reciten el sofisma de que el gaste debe ser suprimido con justicia propia mediante la patada correspondiente. Algunos periodistas deportivos han creado una suerte de biblia de la maldad, y justifican la reacción enferma del burlado cuando, por ejemplo, "el partido ya estaba definido". El elogio de la brutalidad en el fútbol es el ataque a la belleza por parte de los envidiosos que carecen de talento. Es la venganza de los que no tienen nada para aportar al espectáculo. Mi opinión respecto de la situación del "lujo para gastar" es la siguiente: si te enoja una instancia del juego que no solo es legal sino que hace delirar al público, no juegues. Estás jodiendo al talentoso, y a un montón que lo admiran. Y practicá más así la próxima lo hacés vos. Otro versículo de la biblia violenta es que el lujo solo debe realizarse "si se hace para ir para adelante", un absurdo teórico y empírico. Estos energúmenos periodísticos
son los mismos que recomiendan al Barcelona "reventarla" cuando sale jugando. Los que prefieren el pelotazo a dividir en lugar del pase arriesgado. Gente que vive, irónicamente, de los que pagan para emocionarse con los amagues de Messi y los regates de Neymar.

Por otra parte, el arte no es solo burlar. También hay rabonas, toques infinitos, paredes, y bombazos al ángulo, que no minimizan al adversario en ningún sentido. A veces, este arte se contrapone con otro, como ocurre cuando se "pica" la pelota en un penal. Si el arquero se aviva, habrá burlador burlado, y el espectáculo seguirá ganando.

A esta altura (o bajura), una pregunta se impone. Si el lirismo lo es todo, ¿por qué no llenamos los estadios con partidos amistosos en lugar de disputar algo?. Bueno, porque la competencia proporciona el estímulo adecuado para que el lujo sea efectivo. El lujo es meritorio cuando el rival intenta evitarlo. Nadie festeja los caños que yo le hacía a mi hija cuando tenía 3 años. La competencia es también competencia por el mejor arte.

Los GU dirán que la táctica y la estrategia son también un arte: posiciones en la cancha, relevos, disciplina de juego, sudor. Esto, por supuesto, es un abuso del lenguaje. Disciplina y arte son opuestos por el vértice. La imposibilidad de crear se maximiza cuando se sigue una regla fija.

El lirismo promueve la exaltación de los talentos propios, la pasión suele derivar en la cargada y la vejación ajena, cuando no en violencia. El lirismo produce placer aun en soledad, la pasión necesita espectadores pasivos a quien burlar. La humanidad ha progresado en buena medida gracias a extender el primer sustantivo, y limitar suficientemente el segundo.

Así que basta de decir que lo más importante es ganar, o que para ganar hay que jugar bien. Jugar lindo es socialmente deseable en sí, más allá de cualquier resultado. Si la plata en juego y el poder impiden el espectáculo, siempre será peor para el fútbol. Justificar esta situación como normal y natural es engañarnos a nosotros mismos.



NotaSi te gustó este post, ponele un "me gusta" al final. Voy segundo en el sudamericano de blogs y no quisiera ser el primer perdedor. Gracias.

sábado, 6 de mayo de 2017

INVERSION Y ECONOMÍA DEL COMPORTAMIENTO


La inflación alta y volátil afecta nega­tivamente la inversión, especialmente la de plazos más largos. Esto es porque los cambios continuos en los precios relativos hacen que la actividad resulte demasiado riesgosa. ¿Pero qué ocu­rre con los determinantes de la inversión en contextos más estables?

En un artículo publicado en un blog el economista Paul Davidson, editor del Journal of Post Keynesian Economics, describe su particular intercambio con el administrador de un restaurante. Ambos cenaban en un negocio semivacío, cuando Davidson preguntó si una reduc­ción de impuestos o una menor regulación estatal de su negocio lo incentivarían a tomar más empleados (cocineros, mozos, lavacopas). La respuesta nada sorpresiva del dueño fue que lo único que lo impulsaría a aumentar el empleo es ver más gente sentada en sus mesas: no invertirá ni empleará a nadie más hasta tanto no vea su negocio lleno de gente.

¿Qué dice el modelo neoclásico sobre los deter­minantes de la inversión? En él las empresas racionales se fijan en la rentabilidad, no en la actividad económica. Esto es porque lo que dirige los incentivos en ese modelo son los precios (la ganancia), en lugar de las canti­dades (la actividad). Pero esta es una psicología extraña. Cuando se le preguntó, el administrador del restaurante no asoció menores impuestos o costos de regulación con la decisión de ampliar su negocio. Estas medidas podrían convencerlo de no abandonar el restaurante por un tiempo si le va mal, pero la necesidad de ampliar algo surge cuando ya no alcanza con lo que hay. La inversión, ampliar la capacidad productiva, ocurrirá solo con almuerzos y cenas llenos de clientes. Mien­tras que una baja impositiva no le presenta al empresario ningún dilema nuevo (solo el placer de ganar más dinero), un restau­rante repleto le da una señal clara: no hay espacio suficiente para gente que quiere gastar en mi local.

Como era de esperar, la evidencia empí­rica que relaciona la rentabilidad (neta del efecto de la demanda) con la inversión es escasa. La cuestión parece haber sido saldada en el trabajo de Chirinko (1993). De hecho, los surveys de Sharpe y Suarez (2014) y de Caballero (1999) refieren a ese autor como dueño de la evidencia definitiva. Esto obligó a varios economistas a buscar explicaciones cualitativas: el clima de negocios, la confianza, el mantenimiento de las reglas de juego, el cumplimiento de los contratos y el respeto a los derechos de propiedad. Estas son todas variables difíciles de medir. Y podría decirse que  algunas de ellas son “la medida de nuestra ignorancia”, y reflejan simplemente la incertidumbre que impera ante toda decisión económica.

La Economía del Comportamiento ha documentado algunas vici­situdes y complejidades que rodean a las decisiones de inversión. Los agentes deben simplificar el contexto y usar reglas simples, ¿pero cómo lo hacen? Un atajo posible es tratar de definir primero una variable saliente, un aspecto del negocio que sea relevante para la decisión. Por ejemplo, si el costo de financiamiento para una inversión es inusualmente bajo (quizás por un sub­sidio que lo abarate mucho), se encarará el negocio. O si se espera para el futuro un alto precio de las propiedades, esto puede concretar una inversión inmobiliaria. En el primer caso, la variable saliente es una tasa de interés conveniente (baja), mientras que en el segundo es el alto precio esperado del inmueble.

Pero estas variables dependen de cada negocio en particular. ¿Cuál es la variable macroeconómica saliente por excelen­cia? La más utilizada es simplemente la tendencia reciente de la demanda. Una demanda que “viene bien” augura buenas ventas futuras, de modo que el ambiente será propicio para invertir. Por supuesto, la predicción podría cambiar si tenemos la sospecha de que se producirá un cambio importante en otra variable relevante. Por ejemplo, en un negocio agropecuario la predicción sobre la próxima cosecha podría asociarse con la del año anterior, pero una sequía o una inundación cambiaría nuestra estimación.

Si bien este tipo de heurística parecen perfectamente natu­rales, el modelo neoclásico las considera subóptimas, es decir, no racionales. Pero esto es un error, ya que las reglas simples tienen muchas ventajas. Su aplicación es directa, no es necesario gastar demasiados recursos ni acudir a lógicas abstrusas para tomar la decisión. Si fallamos, sabremos por qué y podremos corregirlo. Otra es que, si la regla es sufi­cientemente simple a la vista de todos y es utilizada por muchos inversores, un fracaso personal se vive como un fracaso general y no como un error propio, lo que sería más duro de sobrellevar. Las reglas simples reducen los costos psicológicos de los errores.

Pero las reglas simples no siempre ayudan al buen funcionamiento macro­económico, ya que pueden crear dinámicas inestables. Alta demanda esperada potenciará la inversión y el creci­miento, pero un shock negativo operará en sentido contrario. Dos economistas “behavioral”, Loewenstein y Prelec (1992) explicaron esta dinámica inestable por un sesgo de conducta. En su modelo, durante la parte positiva del ciclo los inversores deciden entre dos opciones positivas: tomar ganancias ahora o lograr mayores ganancias futuras. Como la impaciencia es menor para las ganancias que para las pér­didas, la decisión más probable será invertir. En cambio, en la parte negativa o baja del ciclo, la elección es entre dos potenciales pérdidas: perder ahora por no invertir o bien invertir con el riesgo de perder en el futuro. En esta elección la impaciencia es mayor, por lo que la reacción más probable será la de “asegurar” las pérdidas actuales y no invertir.

Como vemos, en las decisiones de inversión hay razones psicológicas que explican el uso de reglas simples para decidir una inversión, lo que en términos macro significa que la economía está sujeta a potenciales situaciones de inestabilidad. Keynes entendió muy bien este problema, los neoclásicos no.