martes, 28 de febrero de 2017

INTELIGENCIA ARTIFICIAL EN UN MUNDO DESIGUAL: PARTE II

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Tecnologías modernas en PED

La promesa del futurólogo Alvin Toffler en los años 70s de que la adopción de tecnologías de punta permitiría saltear la necesidad de industrializar el país pasando directamente de una economía agrícola a una de servicios de alta tecnología (la frase que sintetizaba la idea era “Gandhi con satélites”), resultó ser poco realista. Las transiciones de los países del subdesarrollo al desarrollo no se definen únicamente por la mera existencia de la inteligencia artificial, sino que dependen de un conjunto amplio de circunstancias específicas de tiempo y lugar del país en cuestión, y de cierta cuota de buena fortuna.

Es claro, por otra parte, que los beneficios de productividad de las nuevas tecnologías y sus rentas (aun cuando sean transitorias), son apropiados por aquellosque tuvieron la capacidad financiera de crear las condiciones para que el cambio técnico sucediera en primera instancia. La diseminación no es automática, en parte porque las patentes y los derechos de propiedad son defendidos por una legislación restrictiva, pero también porque la adopción de tecnologías requiere de complementariedades “a la Leontieff” con otros factores productivos y conla infraestructura, de las que los países en desarrollo generalmente carecen. Paulatinamente, las nuevas tecnologías se han ocupado de flexibilizar de facto algunas de estas restricciones, pero las dificultades de aplicabilidad a países con entornos productivos poco sofisticados persiste.

Es de esperar, por lo tanto, que la adopción de las tecnologías más modernas por parte de países de ingreso medio siga tropezando con las falencias estructurales que los caracteriza. El crecimiento de la productividad derivado de la incorporación de la inteligencia artificial y la automatización tendrá una etapa con apropiación monopólica, ya que existirá solo un grupo pequeño de firmas capaces de acceder al financiamiento y a los recursos humanos necesarios para implementarla. A medida que la inteligencia artificial se incorpore a las distintas esferas productivas, los conflictos laborales pueden hacerse sentir. Pero la flexibilidad de las economías en desarrollo es naturalmente menor, dando lugar a una transición donde las pérdidas de eficiencia no serán triviales. Las reacciones corporativas y gremiales también son más exacerbadas, y los riesgos sociales y políticosde modificar sustancialmente el status quo puede dejar algunos procesos a mitad de camino.

Las políticas económicas del futuro

La llegada del futuro tecnológico parece dejar un rol no menor para la intervención pública. Si la transición tiene los efectos que ya referimos sobre el empleo, el poder de mercado y la desigualdad social, la acción estatal parece una necesidad teórica y práctica. En Estados Unidos, el Council of Economic Advisers publicó hace poco un informe donde lista una serie de acciones destinadas a promover las nuevas tecnologías, pero también a cuidar a la sociedad de sus potenciales consecuencias económicas nocivas.

Las políticas propuestas abarcan dos aspectos. Uno refiere al entrenamiento generalizado de la fuerza de trabajo para estar a la altura de las circunstancias. Pero la velocidad del ajuste es cuestionable, ya que mientras las tecnologías evolucionan cada vez más rápido (como ilustra la famosa Ley de Moore), la capacitación requiere de varios años, especialmente para los de mayor edad, que han invertido mucho en su profesión anterior. Este problema se multiplica en países en desarrollo, donde la “estabilidad laboral” es considerada un mérito y la “flexibilidad laboral” se presume una estrategia del empresariado para aprovecharse de los trabajadores.

Las estrategias de mediano plazo implican educar a las futuras generaciones, pero nuevamente, el tiempo de espera puede ser demasiado largo para la velocidad de los nuevos vientos. Por otra parte, los responsables de modificar las metodologías de formación deben estar al tanto de los desarrollos recientes, y trabajar constantemente actualizando los planes de estudios y las técnicas educativas, un desafío mayúsculo para las economías menos modernas. En todo caso, parece sensato encarar estas reformas más allá de lo que ocurra con la tecnología.

La dificultad madre en los países en desarrollo sigue siendo el financiamiento de estas transiciones, que pueden ser muy costosas y con rendimientos sociales de largo alcance. Los países desarrollados pueden darse el lujo de arriesgar en gastos de entrenamiento y educación, pero los más atrasados suelen enfrentar dilemas de utilización de recursos en el corto plazo que inhiben esta posibilidad.

El otro conjunto de políticas que el Council propone, quizás las más polémicas, son las referidas al “empoderamiento” de los trabajadores para asegurar que las ganancias de productividad de las nuevas tecnologías sean compartidas. Las pérdidas de empleo y la apropiación de rentas deben ser parcialmente revertidos, según reza el informe, a través de la modernización y fortalecimiento de las redes de seguridad social, de un seguro de desempleo más eficaz, de dotar a los trabajadores de un mayor poder de negociación, y de incrementar el salario mínimo. La presunción teórica detrás de estas medidas, varias deseables de por sí, es que la tecnología es un bien público, y que no todos han tenido las mismas oportunidades para desarrollarlas.

Como ocurre con varias ideas redistributivas, la teoría suele estar razonablemente justificada, pero el diablo está en su aplicación. Por ejemplo, el empoderamiento de los trabajadores debería ser mayor en los sectores presumiblemente más afectados, pero esto es difícil de determinar a priori. En la práctica, es posible que la acción empoderadora se termine definiendo por la cantidad de despidos debidos a la adopción de tecnologías sustitutivas. Por supuesto, en el límite, impedir los despidos eliminará el incentivo de la firma a incorporar las tecnologías en primer lugar. De aquí la necesidad de “mediar” la redistribución a través de la intervención pública.

La conceptualización de la intervención podría entenderse así. Aparecen las nuevas tecnologías, y sus beneficios son apropiados en un principio por un grupo de  firmas con capacidades técnicas y financieras adecuadas. La economía observa un aumento de productividad que crea rentas en estos sectores. El Estado grava la renta extraordinaria y la reparte a los afectados por la vía de un seguro de desempleo, capacitación gratuita, fortalecimiento de las redes de contención social, etcétera.


Cada una de estas etapas, debe notarse, requiere de un cuidadoso examen de identificación, elección de los instrumentos más adecuados, y evaluación de impacto. Todas estas decisiones deben incluso ser repensadas a medida que la propia lógica tecnológica cambia el “campo de juego”. En la práctica, además, los gobiernos suelen ser poco proclives a las redistribuciones directas porque se pierde el apoyo político de los perjudicados, lo que termina sesgando las decisiones políticas en favor de mantener el status quo todo lo que sea posible.

sábado, 18 de febrero de 2017

INTELIGENCIA ARTIFICIAL EN UN MUNDO DESIGUAL: PARTE I

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La revolución tecnológica viene haciendo anuncios cada vez más espectaculares, con promesas de cambios drásticos para la vida humana en general y para la organización económica en particular. La inteligencia artificial, hasta hace poco parte de la ciencia ficción y el entretenimiento, es una realidad palpable.

La mayoría de la humanidad, sin embargo, no tiene registro de estos avances, o bien los mira asombrada a través de los medios y las redes sociales. En la práctica, solo unas pocas firmas y un puñado de familias tienen acceso al uso de los avances de última generación. Aun así, es de esperar que poco a poco lo que nos parecía inalcanzable empiece a formar parte de nuestras vidas, aunque seguramente de forma diferente de la que predicen los gurúes. Todavía los hogares no adoptaron robots para el mantenimiento de la vivienda, pero las aspiradoras inteligentes están disponibles en el mercado. No vivimos inmersos en un mundo virtual separado de la realidad, pero por unos cientos de dólares es posible adquirir máscaras que nos sumergen por un rato en mundos digitales alternativos. La tecnología, podemos decir, está y estará cada vez más. Es difícil pensar en una reversión de esta tendencia, aun cuando los decisores de política se dejen impresionar por las historias apocalípticas de un pasaje demasiado rápido hacia el futuro.

En esta dinámica que acelera el pulso, los dilemas de la economía parecen seguir tan presentes como siempre. Los avances tecnológicos no son exclusivamente el resultado de shocks exógenos, sino que muchos de ellos están contenidos en decisiones específicas de las firmas, de los individuos y del gobierno. Las empresas ponen en funcionamiento su usina de ideas incentivados por objetivos de rentabilidad. Los trabajadores, en un ámbito de interacción productiva, casi inevitablemente realizan aportes directos e indirectos a la innovación que mejoran su productividad. Los Estados suelen ocuparse de financiar investigación básica de alto riesgo y elevada rentabilidad social, y de establecer las pautas que regulan el equilibrio entre la diseminación de las tecnologías y los estímulos a la generación de nuevos conocimientos. La tecnología parece simplemente suceder gracias a la propia lógica de la organización productiva de las economías capitalistas con intervención gubernamental.

Son raros los casos en que la organización económica predominante rechaza los cambios, y se cuentan a montones las historias de ajuste de la economía a las novedades tecnológicas. No hace falta recorrer la variedad de empleos y labores que la tecnología ha barrido del mapa (al menos en países desarrollados) desde el comienzo de la revolución industrial. El brusco traspaso del empleo a la industria primero y a los servicios después es testigo de esta dinámica. Luego de milenios sin cambios de magnitud, en muy poco tiempo la economía mundial mostró una transformación profunda e inesperada. Del mismo modo, los nuevos desarrollos involucran desafíos mayúsculos.

Incertidumbre fundamental

Las tendencias asociadas a la innovación han sido exageradas en más de una oportunidad. El mismísimo John Maynard Keynes, asistiendo a un proceso de rápida mejora en los estándares de vida en Europa (justo antes de la crisis del ’30), pronosticó que en el nuevo siglo estaríamos trabajando apenas 15 horas semanales. Aun cuando el tipo de esfuerzo requerido es hoy muy diferente al de 100 años atrás (más intelectual que físico), en la actualidad el país desarrollado que menos horas semanales trabaja, que es Alemania (sí, Alemania), ocupa casi el doble de tiempo de lo predicho por Keynes. Más aun, la trayectoria descendente en el sudor de la frente que observaba el inglés se encuentra estancada desde los años 70s.

Aun cuando los avances tecnológicos del pasado podían ser previsibles porque expresaban la mera mecanización de las tareas, las predicciones demasiado sombrías o demasiado optimistas de los impactos de las tecnologías sobre la economía no se han visto confirmadas. Con estos antecedentes, menos aun deberíamos dejarnos llevar por los pronósticos acerca de las tecnologías modernas de alta sofisticación. En parte, la razón es la “incertidumbre fundamental” que las nuevas tecnologías traen aparejadas. En su último libro Homo Deus, Yuval Harari sostiene que las innovaciones que presenciamos son capaces incluso de transformar nuestro modo de pensar y de sentir, lo que vuelve imposible la tarea de ponernos en el lugar de nuestro yo futuro para entender los impactos de la tecnología sobre nuestras vidas.

La tecnología, en todo caso, no parecen afectar aun a los grandes agregados de la economía. Como hecho estilizado básico, y pese a la aceleración cambio técnico, la productividad mundial ha desacelerado claramente desde los años 70s. Luego de un transitorio rebote en la década 1995-2005, en los países desarrollados este indicador ha vuelto a reducirse los últimos diez años, esta vez a valores todavía más reducidos. Al parecer, los efectos de las nuevas tecnologías, o bien no son adecuadamente registrados en las cuentas nacionales, o no han logrado compensar los problemas macroeconómicos que asedian a la economía global en los últimos años.
 
En un horizonte de tiempo algo menor, hay dos consecuencias económicas de la automatización que es posible identificar con algun grado de certeza. Una refiere a los efectos sobre el empleo, y otra sobre la desigualdad, tanto a nivel de distribución funcional como entre países. Normalmente se asocia el cambio técnico con la pérdida de empleos de baja calidad. Los progresos de la mecanización traen a la mente el reemplazo de tareas simples y de baja calificación. La historia de moda es la de los vehículos autoconducidos, que dejarían sin trabajo a millones de taxistas, incluso a los de Uber. Sin embargo, esta dista de ser una ley universal, y en muchos casos la tecnología afecta también a los empleos de elevada calidad. Las protestas de los luditas en la Inglaterra de principios del siglo XIX fue promovida por trabajadores que estaban en lo alto de la pirámide salarial, con entrenamiento específico y alta destreza laboral. Modernamente, los diagnósticos automatizados de salud pueden amenazar la estabilidad y los salarios de médicos calificados. El efecto neto, sin embargo, parece acabar perjudicando a los trabajadores menos educados. En Estados Unidos, por ejemplo, es posible que la tecnología haya tenido que ver con el incremento de la relación entre los ingresos de los educados y los no tan educados de 1,1 en 1975 a 1,7 en 2015.

Esta dinámica del empleo seguramente contribuyó a la segunda cuestión de interés: la creciente desigualdad del ingreso, observada especialmente en los países desarrollados. Estados Unidos es el caso emblemático, con la explosión de beneficios recibidos por el top 1% de la distribución, pero el fenómeno se extiende, aunque más moderadamente, al Reino Unido, a Alemania, y también a Canadá.

sábado, 11 de febrero de 2017

REFLEXIONES SOBRE LA DIETA PALEO


La palabra Dieta se asocia cada vez más con engaño. Un engaño en el que, pese a las expectativas racionales y toda la maroma, siempre volvemos a caer. Desde hace algunos años para acá, algunos que no se compran cualquier cosa, como Lucas Llach, han defendido la Dieta Paleo (DP) en base a argumentos científicos, más precisamente evolutivos.

En dos líneas, la DP propone que morfemos como nuestros antepasados del paleolítico, o sea, frutas y frutos, verduras y carnes. Estuvimos casi un millón de años comiendo esas cosas, y de repente la revolución agrícola, apenas 10.000 años atrás, nos cambia la alimentación con dosis exageradas de harinas, azúcares, arroz y lácteos. Una guía simple para seguir la DP, entonces, sería evitar estos últimos cuatro "venenos blancos".

Debo reconocer que de entrada la idea me entusiasmó, aunque repensando la cosa, me quedan las siguientes reflexiones sobre este fenómeno.

I.  Bien fundamentada. Me gustan las cosas con fundamento. La dieta de la Luna, la del chocolate y la de la orina tienen en común que son absurdas e injustificables. Si bien siempre hay críticas, la DP por lo menos tiene una razón de ser.

II. Simple. Las dietas deben ser fáciles de seguir. Desayunar medio kiwi con una rodaja de pan de centeno con 10 gramos de dulce de cayote será muy sano, pero es imposible de cumplir. Y lo más probable es que más temprano que tarde empieces a reemplazar cosas y te salgas poco a poco, hasta abandonar completamente. La DP se define en 4 palabras: evitá harinas y lácteos.

III. No disponibilidad. Poner en marcha la DP no es fácil. Casi todo tiene harina y lácteos. Desayunos son una tortura sin leche, y si a la tarde te agarra hambre y querés comerte algo en un kiosco, no hay nada paleo. Siempre tenés la opción de pasar el ridículo morfando una fruta por la calle, pero bué...

IV.  Cara. Comer todos los días carnes es carísimo. La harina, sobre todo frita, es mucho más barata y te llena enseguida (por eso la adoptamos tan rápido). Hablando de meriendas yendo a kioscos, una posibilidad es comprar frutos secos, pero salen 3 dólares los 100 gramos. Paleoafano.

V. Injusta. Si todos comemos paleo, los animales la van a pasar mal. Hace rato que sabemos que los animales sufren, y la única razón para liquidarlos es que somos más fuertes. Peter Singer ya explicó todo lo que tenía que explicar acá, y la verdad es que todas las defensas suenan a excusas. Yo como carne, pero reconozco que tenemos un dilema moral muy importante por resolver. 
Otro aspecto de la injusticia de la DP es su costo. Es un hecho documentado que los pobres sufren de obesidad porque comen demasiadas harinas fritas, baratas y tentadoras. Por ahora, en Argentina la DP es para el décimo decil.

VI. Salud y Peso. Las dietas tienen dos objetivos: salud y adelgazar (no me vengan con que son lo mismo, por favor...). La DP parece ser saludable, salvo quizás para los que tienen mucho colesterol. En el ránking de dietas, en salud una tal DASH es la mejor. Si bien la DP está en el puesto 36, lo cierto es que la mayoría de las dietas se le parecen bastante. Las diferencias son detalles.
En cuanto a la efectividad para perder peso, la DP tampoco hace un buen papel (puesto 38) y la mejor es la Weight Watch. Acá el punto es que, si comés poco, cualquier dieta es buena, la gracia es adelgazar morfando como una bestia, y algunos dicen que con la DP, de lo que se puede comer, no hay límites.


En lugar de la conclusión, les cuento una historia personal. No la divulguen. Mi hija empezó la dieta paleo y le fue muy bien (era vegetariana y no le iba tan bien), y yo decidí acompañarla, o imitarla, o competirle, yo que sé. El resultado fue que de entrada no bajé mucho (ya venía comiendo bien), pero con el tiempo voy perdiendo kilos. 

La historia es que evitar harinas y lácteos terminó con un dolor de cuello que me torturaba desde hace 30 años. Intenté de todo durante ese tiempo, pero nada funcionaba. Vi decenas de médicos, hice todo tipo de ejercicios, pero nada. Y desde noviembre, la DP me sacó el dolor, que no aparece desde hace ya tres meses. ¿Paleomilagro o Paleociencia?

sábado, 4 de febrero de 2017

ATKINSON Y LA DESIGUALDAD (IN MEMORIAM)


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Ya todos sabemos quien es la "esperanza blanca" para llevar el tema de la distribución del ingreso a la mesa de debate en los próximos años: Thomas Piketty. El francés de buen corazón escribió mucho sobre el tema desigualdad, e hizo una apuesta grande con El Capital en el Siglo XXI, que debe haber sido el libro con más reseñas y críticas de la historia, si ajustamos por el tiempo transcurrido desde su publicación.

Pero para hacerse famoso diciendo cosas importantes, se sabe, uno tiene que subirse a hombros de gigantes. Y Piketty se montó sobre un viejo luchador por mantener vivo el tema de la desigualdad por mucho tiempo. Anthony Atkinson, (Tony para nosotros sus amigos), falleció justo con el cambio de año y dejó un legado sobre el análisis de la desigualdad difícil de igualar (jep). Por si quedan dudas, el tipo escribió 40 libros y 350 artículos académicos. En su obituario, Piketty nos dice que Atkinson forma parte de la tradición de economía política que sigue la línea Malthus, Ricardo, Marx y, más recientemente, Kuznets.

La despedida por parte de sus colegas de la London School of Economics revela, además, su profunda humildad y don de gentes.

Quizás el aporte más importante de Tony haya sido la teoría práctica: desarrolló teoría para poder medir de manera efectiva y coherente la desigualdad y la pobreza. Incluso hay un indicador que lleva su nombre. Esto devolvió al tema su lugar en el mundo, en una época en que casi todos nos preocupamos por la excesiva concentración del ingreso y la riqueza desde los 80s para acá, porque pocos creemos que esto refleje el aporte social de los ricos.

Además del diagnóstico, Tony propuso objetivos y medidas para reducir la desigualdad. Transcribo las que juzgo más relevantes, teniendo en cuenta lo que anda pasando por nuestras tierras:


1. Reducir el poder de mercado en los mercados de consumo y rebalancear el poder de negociación entre empleadores y trabajadores, contribuyendo a la reducción de la participación del capital en el ingreso.


2. Aumentar la progresividad del impuesto a las ganancias, con una tasa marginal máxima de 65% para el 1% más rico.

3. Garantías gubernamentales de empleo al salario mínimo para todos.

4. Imponer la herencia y las transferencias inter-familiares.

5. Ingreso universal básico para los niños.

Como vemos, Tony no se anda con chiquitas. Pero lo que distingue a Atkinson de los reclamadores seriales es su compromiso con una justificación técnica de sus propuestas. Cada vez que quieras entender la lógica de alguna política social, Atkinson posiblemente sea la respuesta correcta.