martes, 26 de julio de 2016

INFORME DE DÍA, INFORME DE NOCHE

Un conocido que debió compartir con jóvenes militantes un operativo de control de precios durante la gestión anterior, me hizo llegar su particular versión de su aventura. El resultado: una historia desopilante sobre el operativo, el barrio de Caballito y sus supermercados. Pasen y lean.




Justo cuando la tarde empezaba a volverse desapacible, llegué a mi puesto de trabajo, que no era un puesto, ni tampoco un trabajo. Pero llegué, digamos, al supermercado de Caballito en tiempo y forma, un cuartito de hora antes de las 16 hs, hora clave de nuestro operativo comando.

Llamo a mi compañera supervisora por celular, una tal Paula, que con voz preocupada me indica que uno de los encuestadores no llegaba ni atendía sus insistentes llamados. Se cumplía otra vez la ley del celular, que jamás sirve en emergencias, pero funciona expedito para avisar que “estamos abajo”, en la puerta de un departamento. Arreglo encontrarnos en el bar de la esquina, Irupé, un café que al igual que el penoso Medina Bella de la otra esquina, se niega de plano al progreso del barrio sin ofrecer nada a cambio: el cortado te lo cobran como oro.

A las 16 hs en punto, sin novedad alguna de Paula y sus lupas, decido retirarme de ese repugnante espacio. El mozo/dueño/cobrador (había uno solo para todas las tareas), ya no es ese servidor campechano de barrio, dispuesto a charlar con los clientes, saludar a las señoras y fiarte algún consumo. Se trataba más bien de un viejo malhumorado, frustrado, rebalsando en su actitud años y años de fracasos y desengaños. Ese bar reunía, podemos decir, lo peor de la Argentina vieja y lo peor de la nueva.

Listo para encontrarme con Paula y sus mirones, me paro en la esquina de Neuquén y Acoyte. Seguro, entre las más deterioradas de Caballito. Cada negocio que se ve desde allí empeora al anterior, y así hasta llegar al súper. En el medio de ese camino, la zona corona su vejez y  tosquedad con una vetusta mercería, un tipo de negocio que seguramente los jóvenes no saben qué vende.

Mientras esperaba, una señorita de unos 30 y pico, con algún gramo de más, se para en los alrededores de la esquina. Algún auto ensaya un leve toque de bocina pero no, no es lo que él esperaba. No sé bien qué hacer. ¿Será Paula? ¿Dónde están los miradores? Me la juego y le pregunto, pero rauda contesta que no y se va rapidito, como asustada. Nunca pensé que alguien me pudiera tener miedo.

A las 16,15 insisto con Paula. No contesta el celular. La pucha, sabe que llega tarde y no me avisa, y ahora no atiende. Otra vez la ley del celular. ¿Con estos pibes vamos a hacer la revolución?, me pregunto. Si llegamos tarde a la revolución, ¿qué pasa? Ahora camino hacia el súper, pero tampoco están. Vuelvo a mi esquina, ya la colonicé. Soy el guapo y nadie me la disputa. A las 16,30 llamo de nuevo y esta vez contesta. Dice que están esperando al tercer cuidador de precios. Que ya salen y pasan por la esquina.

La siguiente media hora de espera se empezó a poner fría, pero igual me resistí a entrar de nuevo en esa pocilga y tener que tragarme otro café, por llamarlo de alguna manera. Se sucede el paso de gente de todo tipo, pocos de ellos con pinta de haber participado de los cortes de Acoyte y Rivadavia contra el gobierno de Cris. Pasan muchas viejas tirando a pobretonas, grupetes de pibes chorros, un ciego al que nadie ayuda, algún traba. Pero la señora bien no pasa por ahí. Se ve que Acoyte no es Caballito, y José María Moreno sí. Todo termina en Rivadavia y yo no soy del barrio. Con todo lo que luché.

A las 17 hs no sé si llamar a Paula, a Kicillof, o al Hombre Araña. Decido no mandarla al frente y le doy unos minutos más. Teorizo que debo hacer algún movimiento para que el destino la haga llegar. Por Ley de Murphy, me digo, en cuanto me mueva aparece. Y efectivamente: empiezo a cruzar hacia un kiosko para comprar algo, e inmediatamente suena el celular. Es Paula, que no pasó por la esquina pero está en la puerta del supermercado.

El equipo de profesionales que la acompañaban a Paula eran dos. O sea que pese a la espera, el tercero no apareció, y su reemplazo tampoco. Uno de los mili-controladores era un niño de 16 años con el peinado de Lamela. El otro era un tartamudo sin señas particulares. Los dos llevaban la pechera bajo sus respectivas camperas, lo que las tornaba un poco ineficaces. Con esta armada Brancaleone decidimos entrar al supermercado.

Si bien ese supermercado es deslucido por fuera, es inmundo por dentro. Una luz tenue y amarillenta recorre el local, y se va apagando a medida que nos situamos en los confines gondolares, allí donde descansan los restos de las harinas, de los arroces y de las polentas. Las repisas están mugrientas, los productos ni siquiera sacados de sus cajas originales, y está lleno de productos con marca propia, cuyas características distintivas son tener un diseño austero, un color mórbido y un envase grotesco, a un precio que refleja cabalmente estas propiedades. Por suerte, hay solo tres pasillos, lo que da cierta sensación de alivio si uno quiere encontrar rápido la salida en caso de sentir la comprensible necesidad de salir a oxigenarse.

La ratonera, como era de esperar, no tenía absolutamente nada. Pese a la buena onda, el joven y el tartamudo (a quien no le quise preguntar nada a riesgo de no terminar el trabajo en el día), no encontraron casi ningún producto del formulario, aun los más comunes, y tampoco los reemplazos. No es que había góndolas vacías, sino que esto no era un supermercado. Es más, estoy convencido de que no era un local habilitado para operar.

En el ínterim, nos cruzamos con un par de curiosos que preguntaron con buena onda qué hacíamos. La más osada fue una señora, que paró al muchachito de 16 años y le espetó: “por qué no muestran la pechera si son de la Cámpora? Yo no oculto lo que soy.” Sin saber qué es lo que no oculta la señora, ensayo un “hace frío” como para que siga su camino y evitar así una respuesta descontrolada del pibe, pero la dama estaba dispuesta a hacer valer su posición. El pibe dice que si se quisiera esconder no estaría ahí. Bien, pensé. Ojalá esto termine acá y quedamos fenómeno. Pero no. Enseguida la señorona le preguntó al nene si tenía la preparación para mirar precios, qué estudios tenía y todo eso. Interesante reflexión: ¿dónde te enseñan a mirar precios? Reproduzco el diálogo que siguió:

- Estoy en quinto año del secundario.
- Con 16 años?
- Sí, en la provincia es distinto, nos recibimos antes.
- ¿Y te preparan en la escuela para hacer esto?
- Claro, tengo una materia que se llama “Política”.
- ¿Política de qué?
- Política.. - duda – se llama así.
- Ah, y decime ¿qué es la política? – provoca la señora.
- La política es acción – Respuesta militante. Me sorprende la decisión del pibe.
- Bueno, no…- la respuesta tan tajante la descoloca.
- Política viene de los griegos, no es solo el Gobierno – tira la vieja, dejando en claro que su problema no es la preparación técnica del nene, sino su odio medular a Cris.
- Sí, de “polis” – manda el borrego. Goleada histórica. Después de todo quizás sí podemos hacer la revolución con estos pibes…

Después del mini-incidente, el pibe sigue con su trabajo. Lo ayudo un poco pero se da maña. Se apura, pero como igual no hay nada, no se equivoca. El tarta parece ir bien, pero no le pregunto. La chica, que tuvo que hacer lo de ella y lo del que faltó, la tiene clara y todo se encamina rápidamente. Pese a la tardanza, a las 18,15 estamos listos. Reviso un poco los formularios y solo faltaba la harina, que tampoco estaba. Tachamos y afuera.


Salimos del súper y era de noche. Me despido de mis compañeros. Me reconforta un poco saber que nunca voy a tener comprar en esa catacumba, donde compran unos viejos que dicen vivir en Caballito, pero que en realidad no, no son de ese barrio.


martes, 19 de julio de 2016

CONTRA EL AZAR EN EL FUTBOL



Ay, el azar... esa molestia continua que evitamos reconocer como causa de tantos fenómenos. Los humanos somos máquinas de detectar patrones, no azar, y por lo tanto a todo le buscamos una explicación fuera de la suerte.

¿Afuera en una semifinal de la Libertadores? Estuvo mal planteado el partido.
¿Perdimos dos finales de Copa América por penales? Tenemos un problema psicológico.
¿La pelota se va a 10 centímetros del palo y no fue gol? Messi es mucho peor que Maradona.

Estas son todas apreciaciones que, como mínimo, subestiman el rol del azar y buscan causas discernibles a eventos que quizás no las tengan.

Pero que haya gente que confunde casualidad con causalidad no es tan grave. Pasa en todas las familias. Lo verdaderamente preocupante es que quienes diseñan los formatos de las competencias no reconozcan cuánto de azar tienen esos diseños. ¿Por qué no crear torneos y definiciones que minimicen al máximo la posibilidad de azar y premien el mérito deportivo?

Con este objetivo en mente, voy a proponer dos cambios en la organización del fútbol: uno refiere al mundial, el otro a la definición de un partido eliminatorio.

El formato actual de los mundiales se terminó de diseñar en 1986. Clasificación en zonas de 4 y luego eliminación directa. Grave error: el partido de fútbol de 90 minutos no es un juego de probabilidades, como puede ser el tenis o el básquet. Cualquiera le puede ganar a cualquiera. Para colmo, depende mucho quien te toca en suerte para ir llegando a la final. Y encima jugás contra muy pocos equipos. Jugar a todo o nada 4 partidos, por tanto, es tentar al azar; estamos a nada de tirar la moneda entre los equipos que ya ganaron mundiales. Todo asunto de guita, por supuesto.

Lo ideal sería hacer un mundial por puntos todos contra todos, pero no terminamos más: 31 fechas, una cada 3 días, son tres meses. A mí me encantaría pero la FIFA y los clubes no estarían muy de acuerdo. Una opción es tratar de hacer un intermedio. Veamos.

La primera fase sería igual, pero entre los 16 clasificados se arma una única zona, en estricto orden de puntaje y diferencia de gol. Ahora cada equipo juega 4 partidos más. Para determinar quien juega contra quien, primero hacemos 1-16, 2-15, y así. Los tres partidos siguientes se definen por el sistema suizo que se usa en ajedrez, cuya lógica básica es que juegan entre sí los que tienen puntos parecidos (se puede incluso evitar que se repitan partidos ya jugados en la primera fase). Todo esto se juega acumulando puntos desde la primera fase. A la final pasan los dos equipos que más puntos hicieron, y los dos siguientes juegan por el tercero y cuarto puesto. De esta manera, cada equipo juega 8 partidos como máximo (hoy son 7), y es más probable que gane el mejor.

Ahora viene la otra propuesta, porque en la final es un todo o nada. Esta idea no es mía, la leí por ahí y no la encuentro, pero me pareció fantástica. Si en los 90 minutos terminan empatados A y B, vamos a penales. Supongamos que gana A. Se juega el suplementario, y el que gana es campeón (no importan los penales). Pero si empatan en el suplementario, el campeón es A.

Es cierto, este es un plan demencial, complejísimo, que requeriría de mil ajustes y que crearía problemas impensados para la organización, la venta de entradas, la televisación, etc. Pero lo hice solo para demostrar que es posible, sin muchos partidos más, elaborar un sistema donde realmente los mejores tengan más chances de ganar.

Y también reconozco mi motivación más importante: estoy harto de ver perder a Messi por mala suerte.






viernes, 15 de julio de 2016

¿Y QUIEN GANÓ LA PELEA?: POR QUÉ BAJO LA VIOLENCIA DESDE LOS 90s



En el post anterior nos preguntábamos por qué la reducción de la violencia en EEUU desde los 90s a esta parte. En el programa de 2TC de ayer jueves dimos pistas pero sin dar respuesta definitiva. Aquí develamos el secreto, basándonos en la explicación de Steven Pinker en Better Angels of Our Nature.

Como desde los 90s cambiaron muchas cosas, es difícil dar una respuesta única. Pero para Pinker, dos sobresalen: 1) mayor presencia del Estado (el Leviatán) y 2) el regreso, tras la contracultura de los 60s, del proceso civilizatorio. Pero empecemos por el principio.

En los 90s los americanos estaban hartos de la violencia, hasta que los Juan Carlos Blumbergs del lugar tomaron el poder. Se alargaron las penas, se construyeron cárceles y la tasa de encarcelamiento se multiplicó por tres. Negros jóvenes, principalmente, adentro. El resultado directo de esta política es que, estando en cana algunos criminales, la tasa baja. También está el desaliento a delinquir para no pasarla mal en la cárcel. ¿Fue esto?

Pudo haber un efecto, pero no es definitivo. Los Blumbergs americanos empezaron a encarcelar en los 80s, pero la violencia bajó una década después. Y en Canadá, donde los Blumbergs nunca estuvieron, también bajó la violencia. El encarcelamiento en masa tiene además “rendimientos decrecientes”: los nuevos presos son cada vez menos peligrosos, y el efecto sobre la tasa de crímenes va bajando.

También hubieron políticas preventivas: más canas activos en la calle, cuya sola presencia desincentiva el crimen. Estos canas te detenían por cualquier cosa: pintar un graffiti, boludear en una esquina, beber alcohol en la calle o mear en público. Sí, a los trapitos y a los limpiavidrios también les dieron. Esta estrategia se basa en la llamada Broken Windows Theory, según la cual un entorno ordenado le señaliza a la gente que la policía y los vecinos están cuidando la paz del lugar.

¿Entonces esto sí? La respuesta es sí, en parte. De hecho en New York, donde más se aplicó esta política (“tolerancia cero”), fue donde más bajó la violencia. Por supuesto la academia progresista, que odia esta teoría, ha tratado de falsarla puntualizando que tanto Canadá como Europa vieron declinar la violencia sin ninguna de estas políticas. Aun así, en EEUU el crimen cayó más, así que algo puede haber.

El otro gran componente explicativo es el proceso recivilizatorio. Las ideas revolucionarias de los 60s perdieron apoyo tras la caída del muro, y la violencia en las calles empezó a dejar de ser vista como una reacción comprensible a otros males como el racismo o la pobreza. Los derechos civiles (mujeres, niños, gays), en realidad una herencia de los 60s, se consolidaron. En EEUU las comunidades afroamericanas se organizaron para pacificar sus barrios, y mucha de esa paz provino del esfuerzo de las mujeres y de la iglesia. En Boston la violencia bajó a tasas “chinas”: la tasa de homicidios cayó a un quinto de su valor. La policía y la justicia mejoraron sus estrategias y pronto la percepción social fue que los crímenes no quedaban impunes tan fácilmente. Los criminales respondían más a castigos inmediatos que a los dilatados en el tiempo (aunque éstos últimos incluyeran penas mayores).

En este nuevo contexto, la empatía y el autocontrol de la gente reforzaron el proceso civilizatorio. Es interesante notar que junto con la violencia también cayeron otros indicadores de patologías sociales: divorcios, enfermedades de transmisión sexual, embarazos adolescentes, chicos que dejan la escuela, y accidentes de tránsito.

Lo curioso de todo esto es que, pese a estos cambios, la cultura popular no cambió mucho. Al contrario, hoy tenemos estilos musicales (punk, metal, gótico, hip-hop) que hacen quedar a los Rolling Stones como unos blanditos. Vemos películas que superan en violencia a cualquier cosa que hayamos conocido, tenemos pornografía a un click de distancia, y los videojuegos son más brutales y crueles que nunca. Pero a diferencia de los 60s, estas tendencias parecen ser tomadas mucho menos en serio. Entendemos que la música y los videojuegos son para entretenerse, no para vivir de acuerdo a su filosofía. La sociedad civilizada ya no es restringirse para no ofender al otro, sino que el otro no se lo tome a mal. Como dijo el novelista Robert Howard: “Los hombres civilizados son más descorteses que los salvajes, porque saben que pueden ser desconsiderados sin que les partan el cráneo”.


Pinker cuenta que viajando en subte por Boston, sube un joven vestido con un traje de cuero negro, tachas, botas, tatuado y con piercings por todos lados. Los pasajeros lo miraban con cierta aprehensión, hasta que en un momento el muchacho grita: “¿Nadie le van a dar el asiento a esta señora? ¡Podría ser su abuela!”.

viernes, 8 de julio de 2016

PSICÓLOGOS VERSUS ECONOMISTAS, PRIMER ROUND



Entonces, quienes son mejores científicos ¿los psicólogos o los economistas? La respuesta fácil es que cada uno es bueno en lo suyo. Todos sabemos que los psicólogos no saben matemáticas (seguramente eligieron la psicología para evitarlas), y por lo tanto jamás destacarían en una disciplina formal como la economía. Por otro lado, ningún economista serio se metería a estudiar psicología o incluirla en sus teorías del comportamiento, como alguna vez sentenciaron Pareto, Robbins o Samuelson.
Bueno, quizás me pasé con los prejuicios, pero sigue siendo cierto que la especialización dificulta la comparación. No hay tiempo para saber de todo, así que es difícil establecer un orden de prevalencia. ¿O quizás sí? Probemos tratando de explicar un fenómeno que puede ser estudiado desde diferentes ambas perspectivas: la violencia social.
En este rincón… un economista famoso, especialista en analizar fenómenos sociales con herramientas multidimensionales. Con su habitual simpatía, ironía y buen humor… Llega desde Chicago, el discípulo de Gary Becker… Steeeeeeven Levitt! (uf, que difícil es escribir como los presentadores de box…). Levitt, junto con John Donohue, propusieron que el crimen en Estados Unidos declinó en los 90s como consecuencia de que el aborto fue legalizado en 1973, luego de la decisión de la Corte Suprema de Estados Unidos en el juicio Roe vs. Wade. Explican que tras este hecho, las madres que no estaban preparadas para serlo simplemente abortaron a los futuros delincuentillos. Levitt incluye este hecho entre otros cuatro que explicarían la fuerte reducción del crimen en los 90s en EEUU., y muestra que los estados que legalizaron el aborto antes de 1973 fueron los primeros que observaron una declinación en las tasas de delincuencia.
Interesante, pero según Steven Pinker, retador y psicólogo, demasiado buena para ser cierta. Pinker anticipa que la correlación que encontró Levitt puede deberse a otras razones, por ejemplo a que los estados más grandes que legalizaron el aborto fueron los primeros en ver la suba y la caída de la epidemia del crack. Pero además de esto, Pinker puntualiza varios cables sueltos en la explicación del otro Steven. Para partir de los abortos y llegar a la reducción del crimen debemos asumir que se cumplen los siguientes pasos: (i) el aborto legal produce menos niños no deseados; (ii) los niños no deseados tienen más posibilidades de volverse criminales y (iii) que la primera generación de niños sacrificada con abortos fue la que causó el inicio de la reducción del crimen. Bueno, según parece estos vínculos son frágiles, y en algunos casos inexistentes.
Para empezar, se asume que las mujeres antes y después de 1973 tenían la misma probabilidad de concebir hijos no deseados, y que la única diferencia es que luego de 1973 estos pibes simplemente no nacieron. Pero una vez que el aborto se legaliza, algunas parejas pueden tener más sexo sin protección. Si las mujeres antes del 73 concebían más hijos no deseados, la opción de abortar más hijos podría dejar la proporción de hijos no deseados igual. Más aún, esta proporción puede aumentar si algunas mujeres, luego de disponer de la opción del aborto, tienen más sexo sin protección y luego deciden, una vez embarazadas, que sería bueno tener un hijo después de todo. Y de hecho, desde 1973 la proporción de bebés nacidos de mujeres en categorías vulnerables (pobres, solteras, adolescentes y afroamericanas), no solo no decreció, algo que debió haber para ser consistente con la tesis de Levitt, sino que aumentó… mucho.
Además, entre las mujeres que quedan accidentalmente embarazadas y no están preparadas para criar un hijo, se supone que las que abortan deberían ser justamente las más cuidadosas, realistas y disciplinadas, mientras que las que completan el embarazo deberían ser más desorganizadas e inmaduras, concentradas más en tener un lindo bebé que un adolescente díscolo. Las estadísticas confirman que las mujeres que optan por abortar tienen mejor educación, no dependen tanto de los planes sociales y tienden a terminar el colegio con más asiduidad que las que no abortan. Así, si el aborto tuviera algún efecto, sería el contrario al que Levitt propone.
En general, es más plausible que las mujeres en entornos criminales tengan más niños no deseados, que la probabilidad opuesta, la de que los embarazos no deseados causan comportamientos criminales directamente. En este caso, el entorno casi siempre le gana a los genes.
Finalmente, si abortar más fácilmente desde 1973 significó tener una generación más aversa al crimen, la reducción de la delincuencia debería haber comenzado con el grupo más joven, para luego extenderse en cada franja etárea a medida que estos muchachos crecen. Por ejemplo, los adolescentes de 16 años de 1993 (nacidos en 1977, con aborto disponible), deberían haber cometido menos crímenes que los pibes de 16 años de 1983 (nacidos en 1967, sin aborto disponible). Estos son los veinteañeros de 1993, que no deberían olvidar que son violentos. Recién desde 1990, cuando los post aborto disponible cumplen ya 20 años, deberíamos ver que los veinteañeros son menos violentos. Pero pasó lo contrario: cuando la generación dorada llegó a los 90s, no solo no redujeron las estadísticas de homicidios, sino que protagonizaron una orgía de caos. La declinación del crimen comenzó cuando las cohortes más viejas, nacidas mucho antes de que el aborto fuera legal, abandonaron su pistolas y cuchillos, y esta generación mantuvo sus bajas tasas de homicidio a medida que creció.
Bueno, tal como presento las cosas, las tarjetas del jurado muestran diferencias irremontables, si esto no es ya un nocaut técnico. Mi intención no es desprestigiar a Levitt, que como dije antes me parece un personaje simpático, pero me parece que a veces los economistas el sano ejercicio de refutación y reflexión no está suficientemente desarrollado. Ok, no tengo estadísticas de esto, pero me parece que hay “algo” en la epistemología de la profesión que desestimula la conducta del pensamiento crítico.
Este “algo” podría ser la formalización porque sí, que tiende a opacar en lugar de iluminar algunos razonamientos. La forma en que la teoría económica suele vender su uso de las matemáticas es el siguiente: uno observa algún fenómeno, construye un modelo que le permite clarificar las ideas, observa el funcionamiento de este modelo y publica las conclusiones. Me atrevo a decir que en la práctica muchos economistas que estudian en la academia sufren lo indecible para transformar sus ideas en un modelo formal, ya que si no lo hacen pierden la posibilidad de publicar. Esta obsesión con la formalización pasó del sano objetivo de clarificar el pensamiento a ir a la cola del razonamiento, transformándose en una mera obligación. Todos conocemos la historia del nóbel Akerlof, que no logró publicar su trabajo sobre los “lemons” hasta que se puso a armar las correspondientes ecuaciones. Samuelson dijo alguna vez que las matemáticas son un idioma, y Leijonhufvud le contestó sin ruborizarse que el inglés también era un idioma.
En el caso referenciado aquí, lo que parece opacar la tesis de Levitt es que él en su paper se concentra más en mostrar sus técnicas econométricas que en explicar el fenómeno en sí y sus implicancias. La cuestión del aborto parece una excusa para exhibir una econometría sofisticada más que una investigación que busque la verdad sobre la declinación de la violencia en los 90s en EEUU.

Y finalmente, ¿qué es lo que determinó esta reducción? En Better Angels of Our Nature, el libro en el cual Pinker desarrolla estos argumentos, el autor no elude la respuesta, pero es algo extensa así que la dejamos para un próximo post. Eso, sí, les anticipo que el libro de este psicólogo sacrílego no tiene siquiera una ecuación.

lunes, 4 de julio de 2016

UNA CRITICA A “EL FRANCOTIRADOR” DE CLINT EASTWOOD, CON UN MONTÓN DE SPOILERS

 

Ya pasó suficiente tiempo como para que nadie se queje del espoileo, así que me mando con esta reseña de El Francotirador.

Clint Eastwood, pese a su edad, parece empeñado en hacer un cine cada vez más impecable. Pero respecto a sus ideas, una vez más el actor y director nos demuestra que simplemente no puede con su genio. Eastwood es como ese abuelo que tras ensayar una técnica impecable para encender el fuego, nos desconcierta luego con una explicación  de su método. Este contraste para mí es claro, pero Eastwood parece haber enredado a varios críticos de cine, que consideran que estas ideas bizarras no están, y que el director nos habla con metáforas y sutilezas. Y por más que quiera evitarlo, me siento en la necesidad de llamar perro a eso que mueve la cola, tiene cuatro patas y ladra. El francotirador es una historia fantásticamente contada con un mensaje que atrasa siglos.

Y es que todo apunta a que American Sniper sea, finalmente, un homenaje y no una crítica al francotirador Chris Kyle. ¿Qué cosas decide mostrarnos Eastwood para saludar a este supuesto gran hombre? Citemos algunas que construyen al personaje (que recordemos, es real):

- Chris tuvo un aprendizaje que lo llevó a diferenciar el bien del mal, y la trama es la historia de alguien que dedica su vida a esta idea. Chris mantiene un respeto constante e inquebrantable por sus ideales más profundos.

- No hay en Chris ningún rastro de deshonestidad o engaño. En todo momento se comporta como un buen amigo y un esposo fiel. Tras un comienzo dudoso, el hombre aprende a tratar a las mujeres con respeto.

- En su rol de patriota, se nota su dedicación a ayudar a los suyos. Logra un enorme reconocimiento de sus pares, trato que corresponde con total humildad.

- En el final de la película (siempre una señal fuerte), se ven escenas reales mostrando a mucha gente saludando la muerte de su héroe.

Aunque cueste creerlo, todos y cada uno de estos clichés se elaboran sin rubor a lo largo de dos horas. Kyle comete errores, por cierto, pero Clint los resuelve o los minimiza casi de inmediato. Chris Kyle, la leyenda, es para Eastwood la encarnación de un verdadero héroe americano.

¿Pero qué sucede si evaluamos a nuestro gran hombre desde una perspectiva más civilizada? Kyle ha sido educado por sus padres para matar a quien lo agrede. Matarlo, sin medias tintas. Aprendió que hay gente buena y gente mala, y que además están los perros pastores que cuidan a las ovejas buenas de los lobos, que son malos por naturaleza. Eastwood ni siquiera le permite al personaje reflexionar sobre esa idea más bien bárbara. Al contrario, Kyle reacciona poniendo cara de odio cada vez que alguien muestra dudas o sensibilidad ante esta verdad “evidente”. El film no duda un instante en darle la razón a Kyle: los miedosos y los reflexivos apenas tienen lugar en la película, que sigue literalmente de largo ante estos planteos.

Kyle se alista en un cuerpo de elite y tras las consabidas escenas de tortura del entrenamiento (originalidad cero aquí), el muchacho se transforma en un francotirador. En toda su "carrera" Kyle se carga 160 musulmanes, incluyendo mujeres y niños. Aun cuando algún despistado supusiera que en la guerra hay formas heroicas y formas cobardes de combatir (la película nos explica que los americanos son héroes respetuosos de la vida humana y los musulmanes cobardes y traidores sin escrúpulos), la tarea del francotirador no parece de la más virtuosas. Un hombre oculto en un lugar relativamente seguro, con una superarma (¿alguien me puede explicar cómo se erra un tiro con semejante mira?), y que mata por la espalda y sin aviso. No parece una posición de pelea demasiado valerosa.

El prohombre Kyle se nos presenta decidiendo sobre un dilema moral en la escena que da comienzo a la película. Un niño se dirige con una granada hacia un tanque (???). ¿Debe Kyle matarlo? It's your call, le dicen por radio. Kyle lo mata y luego mata a la madre, que en vez de levantar al hijo muerto tuvo la mala idea de ir a levantar la granada para lanzarla. Es todo lo que necesitamos para exonerar a Kyle: mató un niño, pero mucho peor es lo que hizo su propia madre. Todo queda perfectamente claro y no hay reclamos posteriores: la madre es un monstruo, Kyle una leyenda.

Quisiera que mis apreciaciones no sean entendidas como una reacción de un antiyanqui ingenuo. Ahora bien, de condenar a EEUU por cualquier hecho a rescatar cada una de sus actitudes como el bien mismo hay un puente que nuestro entendimiento civilizatorio no debe cruzar. La lógica de la venganza al ataque a las torres gemelas, presente todo el tiempo en la película, es una pésima idea para resolver definitivamente un conflicto. Exterminar al adversario, o al país donde presuntamente vive el adversario, debería constituir la última instancia, no la primera. Estos son los principios básicos sobre los que occidente logró 70 años de paz como nunca vivimos en la historia de la humanidad. Pero en American Sniper, Eastwood nos remite todo el tiempo a pensar que esta no es la forma de pensar de alguien que se considera un héroe.

Como dije al principio, hay críticos que no han interpretado El Francotirador desde esta perspectiva más bien lineal que propongo aquí. Por sus amplios elogios a la película, querría comparar mi posición con la de Santiago García, desde mi punto de vista un excelente crítico. García escribió aquí que quedó absolutamente conmovido con este film, y destaca muchos de sus aspectos artísticamente fenomenales, los que comparto plenamente. Pero por supuesto, esta es una película sobre un hecho real, lo que nos obliga además a rescatar su significado social, político, ideológico, o como se lo quiera llamar.

Para García, Kyle lo pierde todo con la guerra, pero a mi juicio esta conclusión es un poco apresurada. Pese a que Kyle vuelve una y otra vez a pelear por decisión propia, mantiene finalmente su matrimonio, tiene dos hermosos hijos, logra ayudar a muchos compañeros, y se ha convertido en leyenda (reconozco que esto a Kyle no le importa demasiado). No estamos ante un hombre totalmente desquiciado por la guerra, y no se me ocurre que ese sea el tema central de la película. Es cierto que Kyle sufre un par de episodios psicológicos menores como quedarse inmutable ante el televisor y reaccionar algo exageradamente en el cuidado de sus hijos. Pero esto parece un costo muy menor para alguien que ajustició 160 almas. Cuando un médico le pregunta por su eventual culpa tras haber asesinado a tanta gente, explica con total serenidad sus razones, que el profesional parece aceptar. Su estado era tan normal (siempre hablando relativamente), que al volver definitivamente se dedica a ayudar a ex combatientes con problemas. Su asesinato ocurre en un momento en que él parece recuperar plenamente su felicidad.

García tampoco enfatiza que Eastwood no retrata por igual a americanos y musulmanes. Lo que se ve de los musulmanes es que son mentirosos, cobardes, carniceros y calculadores. Con mínimas excepciones, carecen de emociones y prefieren sacrificar a su familia solo para matar un americano más. Los americanos en cambio son retratados como realmente humanos: recuerdan a su familia, practican la amistad y justifican moralmente sus acciones. La perspectiva moralmente sesgada alcanza su pico cuando comparamos a los dos francotiradores. Sabemos todo de Kyle: es un grandote buenazo, defiende al bien sobre el mal, tiene una hermosa familia, es un héroe. En cambio del francotirador enemigo, un tal Mustafá, solo sabemos que fue tirador olímpico, dato que sesga al espectador a creer que él llevó adelante una estrategia de vida completamente demente destinada únicamente a matar americanos inocentes.

Para demostrar que las visiones humanizadas de esa guerra existen, uno puede remitirse a la excelente miniserie Generation Kill de David Simon, donde los soldados se enfrentan con verdaderos dilemas, tienen miedo, sienten culpa, y en definitiva no saben bien qué están haciendo allí. En American Sniper, en cambio, los soldados son superprofesionales que apenas enfrentan los dramas típicos de la guerra, como la muerte de los compañeros (que por otra parte se supone son de esperar si uno va a la guerra).

No, definitivamente esta no es una película para marcar los vicios y los dramas de la guerra, por sutil que creamos que sea el abuelo que nos explica su técnica para encender el fuego. Un perro es un perro y Eastwood es un republicano que ama héroes que una verdadera civilización jamás debería reconocer como tales.